Mi ciudad de origen, llamado por otros "el mejor vividero del mundo", se halla falto de un real desarrollo urbano y social, y así de paso yo también. Durante años creí que los arroyos que se forman al llover, y que aun hoy paralizan la ciudad, son normales, inevitables, no había porqué quejarse; luego alguien me explicaría que es un problema de drenajes mal calculados o inexistentes; y algún otro me contaría sobre desvíos de dineros para construirlos ¡la culpa es del alcalde!
Lo cierto es que en al época en que los grandes barcos no entraban al Río Magdalena sino que se quedaban en el muelle más largo del mundo en su momento, el de Puerto Colombia, las grandes precipitaciones ya corrían por donde iba a crecer Barranquilla y se distribuían de manera natural por los diferentes cuerpos de agua hasta el Atlántico sin mayores consecuencias. De algún modo se logró que la actividad se desplazara unos cuantos kilómetros al este, lo que benefició la expansión de una urbe donde la población vivía bastante bien con lo que su posición de nuevo puerto le proporcionaba. Se le da la espalda al mar, las compañías colonizan la rivera y de ahí la arenosa crece tan rápido que a ninguno de los empresarios de la tierra y ladrillo les da tiempo a tener en cuenta que la tecnología de la montaña y los modelos mediterráneos no corresponden al entorno antes virgen, ceñido de agua y madurado al sol. Es así como el músculo del progreso crea un tajamar que es una puñalada del río al mar; un puente (con más apodo que nombre) con un tercio del gálibo pertinente; puente que hace parte de una vía responsable de borrar el paisaje manglar de la ciénaga, truncando y desviando el resto de las cuencas pluviales. Todo esto provoca los famosos arroyos peligrosos, los encallamientos pomposos, y la necesidad de estar dragando para tener un canal minimamente navegable.
No sé cómo el actual tratado del libre comercio con Estados Unidos beneficiará al país manteniendo el paradigma. Hoy más de un millón de barranquilleros le "mentamos la madre" a los que "pusieron" los arroyos ahí como estorbo al progreso automotor. Nos es exótico viajar por mar o río cuando para nuestros abuelos era de lo más cotidiano. Tenemos instaladas por la ciudad señales únicas en el mundo. Y no tenemos ni idea que no poder coger un vehículo cuando llueve tiene mucho o todo que ver con el olor de náusea de las aguas del mercado cuando no precipita. Andar en canoa en el caño, y meterse en los arroyos es para pobres corronchos espantamoscas; mejor seguir el ejemplo yunaiki, en carro grande, con aire y cargando unas monedas (o liga) para que uno de esos maluquitos te rescate la máquina en caso de aguacero.
El hito que marque el fin de los arroyos no será el sistema de bus troncal en ninguna de sus fases, ni ningún juguete urbano que se le parezca. La solución saldrá de un replanteamiento urbano y económico de toda la costa atlántica.
A día 16 de junio de 2012, probablemente dos o tres quinquenios después de mis primeras reflexiones y propuestas acerca del vivir en Barranquilla, creo este blog para que consten de una vez diferentes visiones (no solamente las mías) que se pueden tener del mundo más allá de las puertas de la casa de la madre. Inicio con los arroyos que a mi juicio no representan un problema de movilidad sino algo mucho más grande.
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