Uno de los lugares más emblemáticos de la ciudad de Barranquilla es una esquina donde se escucha y se baila lo más selecto del gusto local en términos de salsa, música afroantillana y tropical carnavalera. Es uno de los pocos sitios en Barranquilla donde personas de todos los estratos sociales quisieran ir alguna vez y cada fin de semana cientos y hasta miles de personas pasan por el establecimiento y lo llenan hasta ocupar los andenes y calzadas que lo rodean. La Troja se forjado ser el principal referente de la fiesta salsera de la ciudad y estar en todas las propuestas de quienes quieren continuar la fiesta en cualquier otro punto al caer la noche. Si alguien duda de que Barranquilla prefiere la salsa sobre cualquier otro género es porque no cocnoce La Troja y su papel en la ciudad.
Muy pocos, en su sed de salsa, diversión y remembranza de épocas artísticamente más fértiles, le dan importancia al ir obstruyendo poco a poco la carrera 44 y la calle 74 donde se ubica el establecimiento. Algunos bailan un poco con su pareja y un poco con los carros que pasan a centímetros. Algunos simplemente no les importa que con cada ciclo del verde semafórico pase uno y solo un carro, no les importa que esto suceda desde las 6 de la tarde, y no les importa que la cola afecte el cruce con la carrera 43 o con la calle 76. A nadie parece incomadorale especialmente cuando el carril libre para la circulación deja de serlo para convertirse en estación de un taxi durante dos o tres ciclos. A nadie parece importarle que las aceras y la vía no cumplan con su función de espacio público. Durante varias horas y varios días La Troja simplemente llega hasta la acera de enfrente por la sencilla razón de que a nadie le importa. Se me antoja no pocas veces que Barranquilla se ha convertido en una Gran Troja donde el ciudadano da más importancia a sus lícitos placeres que a
las normas de respeto del colectivo; una ciudad que ofrece espacios muy pequeños para sus grandes demandas culturales; una ciudad donde lo privado prima siempre sobre lo público.
Hay mucho por hacer en esta urbe, pero no creo que sea tan complicado conseguir que las cosas sean de otra valoración para que no haya aglomeración; para la gente pueda disfrutar de los sitios sin sufrir esta especie de exclusión que constituye sentarse en la acera, fuera del establecimiento que visita; para que las calles que a duras penas cumplen con la función arterial de la ciudad mantengan su fluidez por razones distintas a las de estricta demanda de transporte; para que la gente tenga andenes libres de obstáculos para caminar. Pero ojo, nada de eso le corresponde a La Troja.
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